viernes, 19 de agosto de 2011

PATRIMONIO





La buena ubicación del suelo de Lanzahíta y su dehesa se supone que fueron conocidas desde antaño por la existencia dentro de su término municipal de un dolmen de corredor que se presupone de la era megalítica. Está situado en la dehesa de Robledoso, a escasos metros del arroyo que lleva su nombre, próxima al río y sobre una pequeña elevación de terreno. A pesar de que su estado no es bueno, se distingue que su estructura está formada por una cámara circular y un corredor orientado al sur cuyos hitos se encuentran caídos. 


Otra de las construcciones existentes en Lanzahíta que se remontan a tiempos inmemoriales es la llamada Fuente de Abajo, situada en las afueras de la zona sur del pueblo donde existe un manantial en una fuente creada en piedra. 















También se pude visitar el puente románico que cruza la Garganta de La Eliza, y sobre el que discurrió desde el Siglo XVI el camino hacia Arenas de San Pedro. Está restaurado y muy bien conservado y es uno de los símbolos de esta villa. 








Próxima a él está la ermita creada en honor a la Virgen del Prado, patrona de este pueblo.  Según los documentos encontrados (los más antiguos fechan de 1765), la ermita original estaba ubicada en una zona con mucha humedad, por lo que se encontraba bastante deteriorada y sé decidió trasladarla al lugar donde se encuentra actualmente.
La ermita actual se formó recuperando elementos de la anterior: un arco de entrada a una nave cuadrada con un ventanal y una pequeña espadaña con su correspondiente campana. La imagen original fue enterrada en una de las esquinas cuando se deterioró y la actual es una talla de nueva creación que conserva las manos de la anterior.
Posteriormente, entre los años 1993 y 1994 se efectuó su remodelación, construyendo dos aleros curvos sostenidos por columnas. 






Sin lugar a dudas el principal atractivo artístico que posee este pueblo es la iglesia parroquial de San Juan Bautista. De principios del siglo XVI, se compone de dos cuerpos principales: uno cuadrado y de una sola nave y el otro, rectangular con bóveda de nervios góticos muy desarrollados. El tercer cuerpo abovedado está al lado de la epístola y es la sacristía. Al fondo de la iglesia se encuentra la pila bautismal cuidadosamente trabajada y con las típicas estrías de época renacentista. 





El templo ha sido rehabilitado en los últimos años, quedando a la vista la mampostería de los muros, perfectamente limitados por las pilastras de donde arrancan los nervios, formando arcos ojivales muy apuntados que confieren una elegancia nada común en este tipo de edificios. La cubierta está dividida en dos amplios paramentos, estando construida toda ella en sólida sillería. Las cruces y nudos de los nervios han sido adornados con medallones de motivos geométricos florales. 



En el exterior, la entrada tiene una composición arquitectónica sencilla. Se trata de una puerta de arcos de medio punto, abocinados con archivoltas, descansando sobre medias columnas rematadas con capiteles de adornos florales, que arrancan de bases características del tardo-gótico imperante en la zona. Sobre la puerta hay dos cornisas entre las que queda un sencillo friso, únicamente adornado por una hornacina de trazas gótico flamígeras, graciosamente enmarcada por la segunda cornisa. En esta hornacina se encuentra una pequeña Virgen con niño de alabastro realizada en estilo hispano-flamenco del XVI. Dos contrafuertes muy desiguales flanquean esta puerta; en uno de ellos, al igual que en las jambas, aparecen las características bolas de época. Estas se repiten también en el interior, concretamente en el arranque de los nervios de la cubierta de la sacristía, dando así una indispensable unidad entre en el interior y el exterior, al tiempo que se reflejan modas establecidas en la capital abulense. 





El retablo es una obra característica de la escuela castellana del siglo XVI que se corresponde, por su monumental traza basándose en ensamblajes compositivos de procedencia clásica, con las obras indispensables del Renacimiento. En madera tallada alterna la pintura con la escultura con excelentes relieves de imágenes exentas. 



La obra fue presidida por la escultura de San Juan Bautista, destruida en 1963. En su diseño tiene tres calles, dos entrecalles y dos contrafuertes laterales y en la organización de los cuerpos tienen relieves en la primera y tablas en el resto. En el ático finaliza la estructuración, rematando la superposición de órdenes clásicos e introduciendo cariátides (mujeres columnas) y atlantes (hombres-columna). La obra pertenece al genial Pedro de Salamanca y se inició en 1556, terminándose en 1559 para montarlo en 1582. Su programa está rodeando el tema de la Redención. 





El retablo está situado en la tercera etapa de Pedro de Salamanca, reflejando la clara influencia de Alonso de Berruguete y de la marca italianizante que expresa su estética canalizadora de las referencias tomadas del círculo toledano. 




Se inscriben los estilemas del autor entre el canon corto del primer momento, aunque estilizados por su contacto con Villoldo, con el estilo manierista de Berruguete, por lo que se configuran así las cabezas llenas de nervios y el dramatismo de unos cabellos dinámicamente alborotados por la agitación producida por el viento interno, un rasgo distintivo de la "terribilitá rústica" que se puede ver en el movido y bellísimo grupo de la Anunciación o el magistral San Marcos, la figura más destacada del retablo que genera una fuerza centrífuga. 



Entre los escultores que trabajaron en el retablo destaca Juan Frías, estrecho colaborador de Pedro de Salamanca. Así, Eva desnuda –como imagen de verdad-, Isaías o la Decapitación de San Juan responden a un canon diferente al de Salamanca, más propio de Frías. A su vez, se advierten antiguos y nuevos elementos de la obra del maestro, descubriéndose en Lanzahíta mayor agilidad en los pliegues y en el ritmo general e individual.





Los relieves del banco representan a Jeremías, al Bautismo de Cristo. Los cuatro evangelistas, Adán y Eva, la decapitación de San Juan e Isaías. En medio y en el eje central está el sagrario junto con las imágenes de Adán y Eva, sobre ellas la hornacina con la nueva imagen San Juan Bautista. Los del primer cuerpo son la Anunciación y la Natividad. En el segundo cuerpo están las pinturas de la Resurrección de Cristo y el nacimiento de San Juan Bautista. Y en el siguiente están San Pedro y San Pablo con la bellísima Asunción, de idealizada belleza platónica y elegante movimiento; las pinturas que lo escoltan son las de "San Antonio Penitente" y "La Virgen, Santa Ana y el Niño". En el ático aparece la crucifixión con María y San Juan, que son escoltados en las hornacinas por San Andrés y el desaparecido Santiago. En el frontón final está el Padre Eterno, anciano sabio con la bola del mundo, símbolo del principio y el fin. 




Las pinturas sobre tabla pertenecen al maestro Jerónimo de Ávila y a su colaborador Diego de Pedrosa. Las seis pinturas están enmarcadas en la estética italiana del círculo florentino-romano. 




Es importante señalar el trabajo ejecutado por Javier Aparicio como restaurador de la obra entre los años de 1991 y 1992. 





En la decoración del retablo participan, finalmente, un conjunto de elementos que enriquecen la lectura iconográfica de la obra. 

En este entramado surgen cascos, cuernos de la abundancia y corazas militares como emblemas guerreros de la epopeya, intercalados con carneros y tritones, por un lado; por otro lado, surgen las calaveras y las máscaras trágicas. Es el enfrentamiento entre la Virtud y el Vicio. Al tiempo, expresa dos formas de ver la Belleza, una es la de la Virgen idealizada y platónica; la otra, la de Eva que representa la Verdad desnuda. 

Es inevitable, al pasear por sus calles, fijarse en los signos que asoman sobre el dintel de las puertas de los edificios de mayor antigüedad que aún se conservan y que están relacionados con la antigua hospitalidad para caminantes y mendigos, según lo interpreta D. Camilo José Cela al anotar su paseo por las calles de este pueblo en su libro Judíos, moros y Cristianos. "En Lanzahíta, el vagabundo leyó los hermosos signos de la dádiva, puestos a punto de navaja o a tenue traza de carbón o de piedra de cal sobre tapias y fachadas que guardan los buenos sentimientos".

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